Cuentos de Juan Camilo Rincón

Friday, October 13, 2006

Cuentos Juan Camilo Rincón

Foto: Alejandra Plazas

Esta pagina esta creada para poder acercarse a los cuentos de Juan Camilo Rincón. En ellos estarán los ya publicados y algunos inéditos sobre la vida de Juan (personaje principal de Manuales, métodos y regresos).
Aparte del cuento bajo la luz de la noche, que va ha ser público el proximo año.

En ese momento llega la frase, sin meditarla, sin mucho esfuerzo. Anotándola para defenderla del olvido y luego un cigarrillo para pensar que significa. Con ella hay una imagen, de esas en que Juan siempre esta presente. Hace años él acompaña mis vigilias. Su condena esta íntimamente ligada a mis vividas desgracias. Pero él, más inteligente que su creador sale airoso de los momentos que me atormentan. Siempre alegre, sigue amando a Maria hasta que mis libros dejen de ser escritos.

I

La llevé al café de Corrientes para introducirla a mi entorno, donde la costumbre de mesas y tasas ya usadas me daban la tranquilidad para el asecho. Me acerqué a ella sin asustarla, dejé caer mi mano sobre su cuerpo, entre esas sonrisas que me desarman. Ante la despedida bese su mejilla tan cerca que calenté su boca con mi aliento.

Dejo que el tiempo se llene de reclamos y de guiones mal hechos. Trabajo hasta las doce de la noche y me alejo del teléfono cuando la extraño. Pero regreso a la misma hora al café, buscándola. Esperando su llegada impulsada por el deseo de recordarme. Levanto mi cara del libro de Borges cada vez que siento abrir la puerta, pero no es ella. Sigo intentando terminar la hoja para justificar esta cita no acordada, pero no dejo el libro para disimular mi presencia ante su llegada.

- Vine a leer un poco. Me digo en mi mente para practicar esa naturalidad que no tengo ante ella, todo por este temblor en mis dedos que guardados bajo la mesa para no asustarla, para no alejarla.

El tiempo pasa y el libro se vuelve más inentendible. Siento que no va a llegar, y me levanto de la mesa, derrotado. Pero antes de subir al taxi miro las calles para dejar en esa imagen la última esperanza de verla ese día… A Rosales por favor.

II

Cinco minutos después de la huida del escritor, Alejandra llega al café. Pero Juan, que siempre es menos pesimista que su creador la mira de reojo. - ¿Por qué se demoró tanto? Le pregunta Juan sonriendo como un niño. Ella, sorprendida por la envestida levanta sus hombros ante la ausencia de respuestas. – El te estaba esperando, pero como buena mujer llegas después de haber partido el tren. Sos Casablanca.

- Con todo y vino sobre la carta.
- Si, y con pianista negro.

Juan Levanta la mano para pedir dos cafés, mientras que ella duda con una sonrisa amarrada por sus mejillas, las intenciones del escritor.

- ¿Cómo esta él? Pregunta Alejandra mientras se arregla la balaca.
- Portándose muy bien y rezando todas las noches. ¿Lo has pensado?
- Esas cosas no se le preguntan a una dama, pero a un hombre si, ¿Él me ha pensado?
- No mucho, responde Juan mirando la calle. Tan sólo una vez. Ayer descubrió que su matita tiene una nueva hoja, y decidió escribirte una canción en portugués, pero traduce terrible.
- ¿Y es bonita?
- Todo lo hecho por él es bonito. Dice Juan con cierto aire de orgullo.
- Yo lo llamo en estos días, por favor no le digas que me viste.
- Con la condición de que hagas esa llamada lo antes posible.
- Bueno, mi Juan. Cuídate y buena estrella.
- Dale, bonita. Descansa.

III

Al tercer día sin dormir, el cigarrillo es insuficiente para calmar el pitido en su cabeza. Fijar sus ojos al humo que es tan pasivo como su infancia, puede tranquilizar sus voces, pero eso hoy ya es insuficiente. Su cabeza le duele como el primer mordisco al helado, como ese frío que sube por el ojo derecho y se detiene en su frente desbrozando sus adentros.

La entrega era el jueves y no había terminado ni la mitad del trabajo en todo el fin de semana. Ante la incapacidad del editor en disponer las imágenes de relleno al espacio del narrador, el escritor se sulfuró hasta gritarle.

Tomó dos aspirinas y regresó a la cabina de edición listo a terminar la primera parte. Pero aún estaba muy atrasado y sabía que debía pagar por lo menos ocho horas de edición de su bolsillo para tener el trabajo a tiempo. Por fin llegó la música que estaba dos días atrasada. Sin saber por donde introducirla en su documental, la puso a todo volumen para escucharla. En ese momento sintió una pequeña vibración en su bolsillo. Pensando en las llamadas de la productora para afanarlo, contestó con una piedra en la mano.

- ¡Alo!
- Hola, Soy Ale, ¿como estas?
-Un poco atareado.
- Veo… ¿y tu vida?
- Bien, bien. Bien.
- ¿Y has visto a Juan?
- Bueno, si llamó a preguntar por Juan aquí no está. Marquele a su celular si quiere hablar con él. Chao

Colgó y siguió escuchando la música, y cada nota lo llenó de una culpa insensible que no lo dejó dormir otra noche más a causa de su desmesura infantil.

IV

¡Ahora si la cague! –Dice el escritor-. Ya no me va a volver a ver. Fui muy grosero, pero era mal momento, muy mal momento.

-Ten piedad, no seas así, no le des patadas a los locos, jejej dice Juan tarareando a Charly.

- ¿Me podes decir algo que entienda, güevon? Que no se que hacer, y estoy hecho una mierda.

- Ese es tu problema, sos muy real, mi querido escriba: te maquillas, te bañas, follas, y decides ir a tu vida de labores lleno de presunciones, no esperar algo bueno, por eso cuando llega lo pateas y ya. ¿Sabes algo? eso se mejora. La próxima vez te toca reconquistarla, porque sino te vas sin amor. Déjate que te ayude con esa realidad que te come, y divierte con ella. Ámala, que eso lo sabe hacer la bonita. Bueno, mi hermano. Cuídate, debo irme, encontré un parque ayer para pasar estos días con tanto sol, chau.

El escritor se quedó meditando, con esa molestia que calienta la rabia, pero él no había elegido esa vida, el quería escribir y ya. Pero nadie vive de eso, al salir de la universidad no tuvo ayuda, en Bogotá la calles se llenan de desempleados, y ¿Cómo se puede comprar todos los lujos a que estaba acostumbrado sin laborar? ¿Quien pagaba los cafés de Juan, los mates y los cigarrillos? pues él, a alguien le tocaba sacrificarse por esta lujosa vida bohemia ¿Quien ha visto en los clasificados algo que diga “se necesita escritor de cuentos, buena remuneración”?

La meditación se detuvo con el beso de Cristina en la mejilla, su amiga de parca amabilidad que lo ayudó a escribir manual prosaico de la lucidez.

- Vine a que me respondieras una pregunta, ¿Qué pasa con mis pecas, por qué te gustan?
- Porque son como esas gotas que caen sobre el lienzo de una pintura de Jackson Pollock. Esas que determinan toda la pintura.
Con una sonrisa medida por el paso de su mano sobre el hombro, guardó la respuesta. Hace tiempo que no la veía, desde que se fue Jaime, solo quedaban los cuentos y estas visitas de oficina.
- Me hace falta, todo me hace falta, usted, Jaime, las noventa cuadras. Conocí a una niña, ahora no estamos muy bien. Pero bueno, ella es hermosa. Juan también la conoce y creo que la ha visto más que yo.
- Y ¿Por qué están mal?
- Porque soy un bocón, porque no se hacer nada bien, ya no recuerdo como es ser querido, todo es un regreso pequeñito a nuevas cosas, pero ya existidas y olvidadas.

La tristeza del escritor se acumuló en el lado derecho de su cabeza que se detuvo en el pecho de Cristina. Ella agobiada por tantos sentimientos, acarició la cabeza del afectado tres veces, como a un perro. Pero en la ultima su mano la traicionó al pesar un poco más de lo necesario, obligándola a tocarle la cara. Reintegró todo su cuerpo a su antigua actitud y prendió un cigarrillo para buscar espacio. La incomodidad la sintió el escritor que a pesar de todo sabía de la existencia de sentimientos en la forma de hacer esas cosas, por eso ya no se molesta, y deja que de vez en cuando roce su mejilla para despedirse y saber que es real.



V

Alejandra corre por la séptima huyendo de esa lluvia bogotana que ataca en rocíos fríos y siempre moja las partes del cuerpo menos cubiertas. Pero se detiene al ver a Juan mirando en el parque de la Independencia a una mariposa que disimulaba volar en el pasto. Juan, como buen observador, la detalla desde lejos y de vez en cuando se acerca un poco, sin incomodar a su centro de atención. Pero como buena mariposa toma fuerzas y deja a Juan inevitablemente solo. Un poco triste se seca las gotas, y saca de su maleta el saco del escritor que le quitó sin permiso por que le gustaba mucho. En esta cuidad es necesario estar precavido, un sol hermoso nunca es constante.

- Hola personaje de malos cuentos, ¿como estas?
- Un poco desilusionado por la Taxonomia de las mariposas, que no les gusta estar dentro de un frasco vacío de mayonesa Fruco.
- El problema es que sos un cobarde y te llenas de tristeza cuando las vas a condenar al encierro.
- No es eso, es porque no encuentro la mariposa perfecta. Dice con incredulidad reconociendo en su alma de tiza la verdad de las palabras de Alejandra.

Los dos caminan hasta el carrusel que nunca esta prendido pero siempre rodeado de locos, él saca de su bolsillo una granadilla escogida minuciosamente para la boca de Alejandra y se sienta a esperar a que se la coma. El viento se lleva las pequeñas gotas a otro lado pero no es tan fuerte para empujar al carrusel a dar vueltas.

- No hay que seguir los consejos de un personaje de cuentos de amor, especialmente en temas de relaciones reales. Dice ella con cierto grado de rabia por el incidente telefónico.
- No digas eso, él es una persona buena, sólo que es un poco torpe con eso de las relaciones. Cuando se llevan todo lo que uno ama queda medio cojo el corazón y uno se llena de miedo, dale otra oportunidad, mira que todos sufrimos, además vos lo extrañas, por lo menos un poquito.
- Pero yo no puedo volver así, yo soy la que estoy dolida y si dejo que las cosas pasen se vuelven costumbre.
- Yo no digo eso, mi niña. Lo que digo es que le des otra oportunidad, pero déjalo que ruegue un poco, solo para que aprenda, ¿bueno?
- Lo voy a pensar.

Sin lluvia, pudo sacar el libro de Michael Ende. Juan leyó Momo para traer niños al carrusel, pero sin flauta eso es muy difícil. Los dos se quedaron sentados reuniendo monedas para comprar un pan de chocolate, y gracias a la magia de esconder reservas en la billetera, alcanzó hasta para la Coca Cola. La felicidad de hoy se mide en mordiscos de ajonjolí con pedacitos de chocolate.

VI

Caminó las diez cuadras desde el transmilenio sin mucho esfuerzo para poder quemar la media hora de su llegada anticipada. En la llamada de dos horas antes Alejandra había sido parca pero accedió a verlo, eso era bueno, porque sabia que podía disculparse. Repetía en susurros, de esos que asustan a los transeúntes las palabras llenas de misericordia, en el bolsillo de su maleta guardaba un gorro que había calentado las orejas de ella y que él escondía con recelo, junto a un disco de música brasilera que le regalaría para verla feliz. Desentendido del lugar por donde transitaba, el escritor busco una casa que le parecía digna para la existencia de su recuerdo nocturno, ese que deja el olor femenino antes de irse. Al llegar a la avenida Suba, la encontró fuera del portón con una cámara en la mano y mirando el cielo.

- No encuentro las llaves, y no hay nadie.
- ¿Queres caminar o comer?
- Caminar, tengo que tomar ocho rollos a color porque voy a aprender a revelar, y no llevo ni diez fotos.

Se levantaron en silencio, él se acercaba torpemente para sentir su brazo, a ella no le importaba, se ensimismaba con las imágenes, buscando siempre la fotografía perfecta. El rompió el silencio con un perdón que ella respondió tomándolo del hombro y caminaron como viejos en invierno hasta que las palabras del escritor permitieron sacar sonrisas.

Huyeron en los buses rojos y se encontraron en lugares conocidos para los dos, donde se sintieron más confortables. El escritor quería invitarla al café, a comer, pero ella no se dejó y se molestó por el par de intentos fallidos del hombre que se sentía apenado. Sólo con un buen toque de inteligencia le pidió que le guardara en la maleta de ella el disco que había traído. Ella lo almacenó conociendo en silencio el secreto sentido de la petición. Fueron ellos, la noche llenó de esperanzas al escritor hasta la despedida, pero siempre alejados, dejando en un tal vez eso que quería él pero que guardo para otras velas.

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